Rolo de Álzaga, algo más que un campeón del TC
Rodolfo de Álzaga, millonario y apasionado por los fierros. Fue un símbolo de Ford en los ’60. Campeón con la marca y el primer ganador con el modelo Falcon. Acá su historia.
Gentleman Driver, Niño bien o Rey de la Montaña. Esos eran algunos de los tantos apodos que se le adjudicaron a Rodolfo de Alzaga a lo largo de su trayectoria en el automovilismo nacional. Los 2 primeros, relacionados a su descendencia de una familia con gran poder adquisitivo, que poco tenía que ver con el mundillo habitué del Turismo Carretera.
El otro, congruente a sus hazañas concebidas en caminos donde manejar se hacía difícil, especialmente cuando había que hacerlo en zonas montañosas. Quienes lo conocieron, afirman que en su manejo dúctil y preciso, se basaba el principal secreto de su éxito. En lo personal, se decía que se sentía tan cómodo tomando un trago en “La Biela”, como así también al costado de una ruta degustando asado y vino junto a sus hinchas.
Rolo, como también lo llamaban, fue un símbolo de Ford por aquellos tiempos. Tanto que los incondicionales de la marca lo adoptaron hasta transformarlo en ídolo. Había nacido el 21 de septiembre de 1930 en Buenos Aires y desde pequeño se animó a manejar un anticuado Ford A que la familia tenía en la estancia Santa Clara.
Luego de abandonar la facultad, a los 22 años, compró una cupé Ford ’40 que le había preparado Chacho Fraotier. Su debut en la máxima categoría nacional se produjo el 29 de marzo de 1953 en las 500 Millas de Río Diamante. Abandonó cuando marchaba en la 2ª colocación. Esa sería la primera de innumerables deserciones que tendría por esos tiempos.
Cansado de tantas frustraciones, llevó su auto al taller de Domingo Colanero, quien fuera preparador, entre otros, de los autos de Ernesto Petrini y Daniel Musso. Si bien las victorias no llegaban, el auto comenzó a tener un mejor performance. Sin embargo Álzaga decidió comprar otra cupé, perteneciente a Alberto Logulo, una decisión que finalmente cambió el rumbo de su trayectoria deportiva.
Con el número 4 pintado en sus puertas, logró su 1ª conquista en la categoría, cuando el 26 de mayo de 1957 venció en la Vuelta de Chacabuco -en una carrera para No Ganadores- después de más de 800 kilómetros de recorrido. El 2º triunfo se hizo esperar casi 1 año, ya que recién llegó el 4 de abril del ’58 en la Vuelta de Río Cuarto.
Con estos resultados, el piloto ya se ilusionaba con la posibilidad de pelear un campeonato, pese a que en ese momento todos los títulos iban a parar a las vitrinas de Juan y Oscar Gálvez, amplios dominadores durante 12 años consecutivos de los campeonatos de TC.
Pero la hazaña se produjo en 1959 cuando con su título marcaría por primera vez un quiebre en la hegemonía de los hermanos más ganadores de la historia de la categoría. Ese año venció sólo en 1 de las 15 competencias disputadas. Pero fue la más importante de todas: el 37° Gran Premio denominado Supermóvil YPF, de 3.950 kilómetros de recorrido, a un promedio de 128,463 km/h.
“Llevé un acompañante notable. Apenas tuve 5 pinchaduras en todo el trayecto, pero a mi lado tenía un mecánico de lujo. Yo solo me dediqué a manejar…”, declaró con humildad tras obtener la victoria en la última fecha y saltar a la cima del torneo para consagrarse campeón.
La Vuelta de Pehuajó de 1961 le regaló su 4º triunfo. Dos años más tarde, en el mes de julio, llegó el 5º en la Vuelta Sierras de Córdoba. La temporada de 1965 la viviría dentro del equipo oficial Ford con el que obtuvo el 2° puesto en el Gran Premio Dos Océanos, una carrera que quedó en la historia porque se corrió bajo la nieve. La siguiente conquista de Rolo llegó en el Premio Supernaftas de la ciudad cordobesa de Carlos Paz el 24 de abril de 1966.
Un éxito que quedó en la historia del TC porque fue el primero del Falcon en la categoría. Un modelo súper exitoso que hizo historia en la categoría más popular del país, obteniendo 324 victorias y 21 títulos desde 1973 hasta la actualidad.
Los últimos años de la década del ’60 fueron un quiebre para la especialidad, porque degeneró hacia una tendencia de diseño de las unidades totalmente distinta a la que se venía utilizando: se inició la revolución de los prototipos. A esa altura, Álzaga dejó el Ford para competir con un Torino Crespi-Tornado, a quien bautizaron como Petiso.
Con ese vehículo obtuvo la 7ª y última carrera de su palmarés en el Turismo Carretera en Rafaela 1968. Ese sería el postrero gran logro del Rey de la Montaña. Siempre decía que lo más importante en el automovilismo no era ganar, porque eso dependía de muchos factores que escapaban del alcance de su mano, sino que lo más importante era manejar correctamente.
Esa, tal vez, fue su forma de concebir una carrera de coches. Como su buena condición económica se lo permitía, transitó en este deporte impulsado por la pasión. No vivió del automovilismo, tampoco lo encaró de manera profesional. Sin embargo logró quedar en la historia como un corredor que basó en sus excelentes dotes conductivas, el principal argumento para convertirse en un ídolo de aquellos tiempos.
Falleció en 1994 a los 64 años de edad. Pero Rodolfo permaneció vivo en la memoria de aquellos que conocieron sus hazañas.
Eran otros tiempos
Como ya se ha remarcado en otras oportunidades, el automovilismo de décadas pasadas se vivía de una manera muy distinta a la actual. Una anécdota que refleja esta afirmación involucra a Álzaga en una competencia realizada en el sur del país.
El Ford de Rolo sufrió la rotura del diferencial a pocos kilómetros de llegar a la ciudad de Trelew. El piloto se subió al techo de su auto y le avisó con señas al avión que seguía el evento el desperfecto que había sufrido el vehículo. Enterado, el equipo oficial se puso en movimiento enviando unidades de apoyo y repuestos, pero los auxilios carecían del diferencial indicado.
Debido al retardo que estaba sufriendo Álzaga en la general, se aproximó un hincha de Ford con su Falcon para ofrecerle los repuestos de su auto particular para seguir en carrera. Pero este tampoco contaba con el elemento adecuado. Finalmente, llegó Oscar Gálvez (director deportivo del equipo) quien sí tenía la pieza apropiada para colocarla en el Falcon, de esa manera Álzaga pudo continuar en la competición.